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Especial: San Alberto Hurtado

"Comienza por darte. El que se da, crece"

En este mes de agosto, la Iglesia chilena celebra con especial devoción la fiesta de San Alberto Hurtado, sacerdote jesuita qué subió a los altares el 23 de octubre de 2005.
A menudo asociamos su figura tan solo al Hogar de Cristo, a la reconocida camioneta verde y a su preocupación por los más desafortunados de nuestra sociedad. Sin embargo, es mucho más lo que nos puede enseñar este gran santo chileno.

La familia
Si bien es cierto, que a temprana edad tuvo que afrontar la pérdida de su padre y que por sus estudios vivió alejado de su madre. Esto no mermó su visión de la familia como núcleo de la sociedad en el cuál se ve reflejado el fundamento de la vida cristiana; el darse gratuitamente por el otro. El padre Hurtado nos decía: “Los padres deben, en cierto sentido, ser para sus hijos lo que Cristo fue para todos: Camino, Verdad y Vida”.

También animaba a cumplir con el Cuarto Mandamiento que reza: Honrarás a tu Padre y a tu Madre. Pues la obra más hermosa de caridad es la que podemos ejercitar con nuestros propios padres.


La importancia de la caridad
Contemplando la imagen de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, San Alberto nos invitaba a reflexionar en la caridad, en el amor e interés por el prójimo. En una Hora Santa predicada por este devoto sacerdote en Radio Mercurio el 4 de abril de 1944 nos decía:

«Hermanos en Cristo. Acuérdense que aún más valiosa que la honestidad y la piedad, es la generosidad. Recuerden que no han cumplido el deber si pueden decir solamente: no he hecho mal a nadie, pues están obligados a hacer perpetuamente buenas acciones. Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien».

Ya en 1943, exhortando a trabajar con toda el alma para que cada día Chile fuera más profundamente de Cristo, en su discurso ante 10 mil jóvenes de la Acción Católica dijo:

«Pero separar el prójimo de Cristo es separar la luz de la luz. El que ama a Cristo está obligado a amar al prójimo con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. En Cristo todos somos uno».

¿Sabes el valor de una sonrisa?

La sonrisa, uno de los tópicos que solía meditar el Padre Hurtado. Constantemente reflexionaba sobre el valor de una sonrisa, qué sin costar nada es mucho lo que nos da, puesto que crea alegría en el hogar, alienta al descorazonado, fomenta buena voluntad y se vuelve sol para el triste.

«No cuesta nada pero vale mucho.

Enriquece al que la recibe, sin empobrecer al que la da.

Se realiza en un instante y su memoria perdura para siempre.

Nadie es tan rico que pueda prescindir de ella, ni tan pobre que no pueda darla».


La eucaristía
Reconociendo que la misa es la renovación incruenta del sacrificio de la cruz. Animaba a colocar la eucaristía como centro de nuestro día y vida.

«Como en la cruz todos estábamos incorporados en Cristo; de igual manera en el sacrificio eucarístico, todos somos inmolados en Cristo y con Cristo».

«¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!».


Y como toda auténtica devoción eucarística es también mariana, San Alberto Hurtado tenía muy presente a nuestra Madre Celestial.

«¡Madre mía querida y muy querida!
Ahora que ves en tus brazos a ese bello Niño
no te olvides de este siervo tuyo,
aunque sea por compasión mírame...

[...] y trabajaré mucho por Él y por Ti,
haré que todos te amen
y amándote se salvarán.
¡Madre! ¡Y solo con que me mires!».

San Alberto Hurtado S.J.